Medio Ambiente

Las plantas que nos dan vida

Nos invade una ceguera vegetal. Sin embargo, la especie humana no duraría un mes de vida sin la presencia de las plantas. Gracias a ellas podemos contar con techo, comida, aire y agua. Sin embargo, no reparamos en su contribución clave y si no cambiamos nuestra percepción será muy difícil enfrentar el porvenir.

Autor: RSalud 14 junio, 2019

En los años noventa dos científicos -James Wandersee y Elizabeth Schussler- impusieron un neologismo: “ceguera vegetal”. Una incapacidad generalizada de no reparar la presencia de las plantas y en cambio focalizar la atención en los objetos y en los animales (entre los cuales se incluye por cierto al hombre). Es verdad, si nos detenemos en una imagen con navíos sobre un río, nuestra atención se dirige al objeto y sus tripulantes y no reparamos en los árboles, hierbas, arbustos, la foresta que los rodean. Esta tendencia tiene consecuencias, no advertimos la función clave de las plantas y por ende no reconocemos su importancia en la biósfera y en nuestras propias vidas. Vaya paradoja. Si en forma repentina desaparecieran las plantas de la Tierra, en apenas un mes todo tipo de vida sobre el planeta desaparecería.


Qué hacen las plantas

Se sabe, pero es bueno subrayar algunos de los muchos beneficios que nos dan las plantas cotidianamente. Cuando por caso liberan oxígeno a través de la fotosíntesis, transformando materia inorgánica en orgánica. Cuando absorben y limpian el aire de compuestos orgánicos volátiles dañinos para la salud. A veces estos químicos aparecen en nuestras casas, generados por limpiadores o detergentes; los estudios de la NASA afirman que las plantas de interior ayudan a eliminar estos compuestos.

Es interminable la serie de alimentos que nos proveen las plantas. Las harinas, los vegetales congelados y las carnes provenientes de animales que se alimentan precisamente con plantas. La civilización no hubiera progresado sin las construcciones aportadas por los diversos tipos de maderas, para casas, barcos, muebles, en fin. Las raíces de las plantas no solo sirven para la absorción de agua y alimentos. Ayudan a que el agua de la lluvia sea absorbida fácilmente por la tierra, dirigiéndola hacia las capas más profundas. De esta forma el agua se purifica a través de las capas de terreno hasta llegar a los caudales subterráneos, para luego pasar a los manantiales, lagos y ríos.

Las plantas absorben y limpian el aire de compuestos orgánicos volátiles dañinos para la salud

Si por un segundo imagináramos un mundo sin plantas, con los rayos del sol castigando la tierra. Una cubierta árida, sin foresta, sometida a la radiación solar, la tierra sería literalmente un infierno. Las plantas conservan la humedad no solo en la tierra, sino en todo el medio ambiente.

Las plantas nos nutren de las materias básicas para elaborar medicamentos, cremas de belleza, perfumes, lociones. A veces en forma directa y otras indirectamente nos permiten la producción de fármacos para aliviar o eliminar enfermedades y sus secuelas. Cuando culminan su ciclo de vida, descomponen sus elementos básicos que luego operan como nutrientes para el resto de la biósfera. Son señales hacia el porvenir que luego posibilitaran a nuestros hijos y nietos nuevos alimentos, nuevas medicinas, nuevas moradas. Y por si fuera poco las plantas nos dan un entorno amigable que nos genera variaciones químicas que mejoran nuestra salud y nuestro estado de ánimo.

Stefano Mancuso es un científico que desde hace años viene alertando sobre la necesidad de cuidar la salud de las plantas, para cuidar la salud humana. Para este investigador, Director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia, sin las plantas el ecosistema colapsaría, «no tendríamos alimento, ni oxígeno, ni siquiera combustibles».


Cambiar la percepción

Por ello resulta alarmante que un quinto de las especies vegetales se encuentre en vías de extinción. Con más de una década de investigación a sus espaldas, Mancuso es uno de los pocos científicos dedicados a un campo de investigación sorprendente y envuelto en polémica: la neurobiología vegetal. El estudio de la inteligencia de las plantas es, para muchos, una especie de pseudociencia. No obstante, quienes se dedican a ello afirman que traerá una nueva revolución agrícola, técnicas novedosas de gestión medioambiental y una visión distinta de nuestro lugar en el mundo.

Mancuso se ha impuesto un objetivo: cambiar la percepción (equivocada) que tenemos sobre ellas. Porque son muchos, lamenta, quienes piensan que estos seres vivos son estúpidos e insensibles. Y nada más lejos de la realidad, reivindica. “Simplemente nos resulta muy difícil comprender lo que es una planta porque son demasiado diferentes a los animales”.

En su nuevo libro, El futuro es vegetal (Galaxia Gutenberg), Mancuso aporta múltiples razones para que aprendamos a mirar de otra forma al mundo verde. De hecho, él no duda en calificar a las plantas de inteligentes —aunque carezcan de cerebro— porque sus acciones demuestran que luchan por su supervivencia con planteamientos exquisitos. Hasta que se arriesga a conjeturar que las planas nos “engañan” y nos “utilizan”.

Las plantas conservan la humedad no solo en la tierra, sino en todo el medio ambiente

Para ejemplificar refiere que en la antigüedad, el centeno era considerado una mala hierba que acompañaba al trigo, el cereal predilecto de los agricultores. Así que la mala hierba decidió imitar el aspecto de las semillas de trigo para engañar a los humanos, que empezaron a tener dificultades para diferenciarlas. Como resultado, el centeno, transportado por el hombre, llegó a muchas más zonas desplazando incluso al trigo en los sitios de clima más duro. Y la máxima “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”, dice Mancuso, “funciona con las plantas. Cuando una oruga empieza a comer un tomate, sus hojas producen moléculas que tienen un efecto llamada para los enemigos de la oruga”.


La red de los árboles

Pero Mancuso no está sólo en esta batalla. Durante años, científicos de la Universidad de Columbia Británica en Canadá, se dedicaron a tratar de interpretar la conducta de los árboles. Y concluyeron que los árboles se “hablan” entre ellos, del mismo modo que otros seres vivos.

Para la ecóloga forestal Suzanne Simard, las plantas interactúan y se comunican a través de una red subterránea de hongos que une a las plantas con el ecosistema circundante. Mediante esta simbiosis, las plantas permiten el desarrollo y crecimiento mutuo y ayudan a los diferentes ejemplares del bosque.

Se llegó a este resultado a través de la observación de las pequeñas bandas de color blanco y amarillo de hongos identificados en el suelo de los bosques. En una entrevista con el Portal Ecology Suzanne explicó lo que los científicos fueron capaces de averiguar a través del análisis microscópico. Afirmó que los hongos están conectados a las raíces del árbol. A partir de esta conexión, los árboles pueden intercambiar carbono, agua y nutrientes, según sea necesario. “Los grandes árboles proporcionan subsidios a los más jóvenes a través de esta red de hongos. Sin esta ayuda, la mayoría de las plántulas no se desarrollarían”, explicó la científica.

Los árboles más antiguos, ya desarrollados y grandes, son considerados como “plantas madre”. Ellos se encargan de la gestión de los recursos de una comunidad de plantas a través de los hilos de hongos. Esta conexión es tan fuerte que, según la investigación del equipo de Simard cuando se corta un árbol de este tamaño, la tasa de supervivencia de los miembros más jóvenes del bosque o selva se reduce drásticamente. La conexión existente entre las plantas es comparable con la sinapsis de las neuronas humanas.


Fuente de inspiración

Volviendo a Mancuso, el experto sostiene que si seguimos el comportamiento vegetal podemos inspirarnos para encontrar soluciones a los retos que acechan en la actualidad a la humanidad. Hay que prestar atención de lo que “las plantas nos dicen”. Va más allá asegura que: son capaces de dirigir el clima. La circulación atmosférica de las lluvias está controlada por los bosques ecuatoriales, así que poseen uno de los motores.

Nos nutren de las materias básicas para elaborar medicamentos y productos de perfumería

Podemos estabilizar el clima. Podemos reducir las emisiones de dióxido de carbono, y reforestar. Los bosques nos ofrecen la única manera de reducir las emisiones”.

Para el italiano, siguiendo a las plantas podemos y debemos cambiar nuestros hábitos. “Ahora usamos el 70% del agua en los cultivos, pero es insostenible. Necesitamos producir alimentos con menos agua”. En vez de obtener la comida de cuatro o cinco tipos de plantas, hay miles de ellas que son cultivables y algunas requieren mucha menos agua, e incluso crecen con agua salada. Las plantas nos sugieren la forma de afrontar un futuro en el que no podremos derrochar el agua que hoy tan alegremente tiramos.


Nos faltan palabras

Aunque la necesidad del cambio de paradigma ya parece innegable, la cuestión de la terminología no puede soslayarse. El problema es que aún no disponemos de vocabulario adecuado, dado que tradicionalmente el comportamiento y la cognición se han considerado facultades exclusivas de los seres con neuronas, los animales. Pese a todo, algunos científicos hablan de “neurobiología de plantas”.

“Hasta que encontremos un buen término, neurobiología está bien”, dice Simcha Lev-Yadun, Director de Departamento de Biología y Medio Ambiente de la Universidad de Haifa. Por el contrario, Gagliano opina que esta palabra ha sido útil como metáfora, pero que debería abandonarse por “zoocéntrica” y escasamente científica.

Pasar tiempo cerca de los árboles nos puede ayudar a mejorar nuestra salud

Sin embargo, en algo coinciden los investigadores de la nueva disciplina de la cognición vegetal, y es en refutar las objeciones de que todas estas capacidades no son más que respuestas moleculares programadas. Para Gagliano, no puede hablarse de comportamiento cuando se trata de acciones obligadas e irreversibles, como las que ocurren durante el desarrollo de los seres vivos; pero sí cuando hay decisiones opcionales que dependen de estímulos. “Términos como ‘cognición’ o ‘aprendizaje’ o incluso ‘inteligencia’ se refieren a aspectos del repertorio de comportamiento”, dice la investigadora.

Obviamente, estas consideraciones exceden lo puramente científico, atrayendo también la atención de filósofos, humanistas y expertos en ética: si hoy sabemos que las plantas también pueden sentir, ¿podemos seguir ignorándolo? Como escribía Gagliano en un reciente artículo, “a medida que se acumulan las pruebas experimentales de las capacidades cognitivas de las plantas, el asunto controvertido (o incluso tabú) relativo a su bienestar, valor moral y nuestra responsabilidad ética hacia ellas no puede seguir siendo ignorado”.

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