Nota de tapa

Bullying: la violencia silenciosa

El acoso escolar se ha convertido en la nueva plaga del siglo XXI. Se estima que la Argentina es uno de los países de América Latina que más casos ha registrado en los últimos años. Se afirma que uno de cada cuatro niños tiene miedo de ir a la escuela.
Poco y nada se ha hecho hasta el presente

Autor: RSalud 23 mayo, 2017

El bullying –o acoso escolar– sigue cobrando víctimas en la Argenti­na. A pesar de que se denuncia apenas una mínima parte de los casos, los números de hostiga­miento crecen año tras año. El uso de redes sociales ha multipli­cado en forma geométrica esta forma de violencia, que puede dejar en los niños secuelas de por vida.

De acuerdo con el informe PISA (Programa Inter­nacional para la Evaluación de Estudiante –PISA-) la última investigación realizada en 2015 revela que en términos promedio uno de cada cinco chicos su­frió situaciones de acoso escolar. El relevamiento que abarca a 72 países muestra que en América Latina el menor número de denuncias lo presenta Uruguay con el 16,9% de casos, mientras que el máximo lo ostenta la República Dominicana, que alcanza al 30,1%. Sobre la Argentina no hay datos, ya que esta­ba mal efectuado el muestreo y por lo tanto fue eli­minada del reporte. Sin embargo, fuentes no oficiales aseguran que ronda el 25%, lo cual implica que uno de cada cuatro chicos fue asediado.

El trabajo refiere que el problema del bullying no sólo afecta la vida social, sino también la capacidad de aprendizaje. Los alumnos que asisten a estable­cimientos con altos índices de acoso, obtienen 47 puntos menos en ciencia que el promedio. La inves­tigación PISA, que fue desarrollada por la Organiza­ción para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), pone de manifiesto que se trata de un pro­blema mundial. Claro que con matices, mientras en Holanda sólo el 9% de los alumnos denuncian haber sido objeto de hostigamiento, en China el porcentaje supera el 32%.

En Argentina uno de cada cuatro chicos tiene miedo de ir a la escuela

Hace 17 años un joven que era objeto de burlas y al que humillaban con el sobrenombre de “Pantriste” entró en el aula del Polimodal de Rafael Calzada y con un revólver calibre 22, mató a un compañero e hirió a otro. En el 2004 -cuatro años más tarde- en Carmen de Patagones otro joven -“Junior”- ingresó a la escuela con la pistola de su padre y mató a tres compañeros e hirió a otros cincos. Fue la primera masacre escolar de América Latina.

En los dos casos, se los caracterizó como chicos solitarios y temerosos, blancos de cargadas y hu­millaciones. Javier Romero “Pantriste” pasó cinco horas en la escuela con el arma y gritaba: “Me voy a hacer respetar”. Rafael Solich “Junior” era entonces un chico de 15 años que prácticamente no interac­tuaba con sus compañeros y cuyo padre, suboficial de la Prefectura, mantenía bajo un orden estricto. Ese 28 de noviembre de 2004 en el Colegio “Mal­vinas Argentinas” de Carmen de Patagones entró con una browning calibre 9mm y comenzó la masa­cre. Se paró frente a su clase y comenzó a disparar –vació el cargador–; puso otro y disparó también contra el kiosquero de la escuela. Murieron tres de sus compañeros de entre 15 y 16 años y cinco más fueron internados.

33% fue el porcentaje de incremento de casos en el país durante el 2016

Estos casos ocurridos hace una década y media pusieron en boca de todos una expre­sión inglesa que hoy es triste­mente famosa: “bullying”. El acoso escolar es una violencia silenciosa, pero puede ser vi­rulenta. Sabemos que ocurre en casi todo el mundo, pero las estadísticas en la Argentina son más que alarmantes. Hasta tal punto que uno de cada cua­tro chicos tiene miedo de ir a la escuela. También dio lugar a una “ley para el abordaje de la conflictividad social”, llamada ley antibullying, pero que no ha dado resultados hasta el presen­te. Empezando porque no defi­ne claramente qué es el bullying.

Según Javier Miglino, titular de la Organización No Guber­namental “Bullying sin fronte­ras”, el año pasado fue el peor año en cantidad de casos de acoso escolar desde que esta ONG comenzó a realizar rele­vamientos. De acuerdo a esta organización durante el 2016 se produjo un incremento del 33 por ciento de casos; y sólo en el último mes de noviembre se registraron dos suicidios de ado­lescentes, que fueron vinculados a esta problemática (acaecidos en la ciudad bonaerense de Zá­rate y en la capital entrerriana de Paraná).

Según Miglino: “Ya no sabe­mos cómo parar el bullying y el ciberbullying en Argentina. No solo se multiplican los casos sino la fiereza y el número de los ataques. Ni Twitter, ni Facebook tienen herramientas para filtrar el ciberbullying y la presencia de trolls, personajes que escudados en el anonimato por una suma de dinero o simplemente para producir daño, insultan, amena­zan, difaman e incluso incitan al suicidio de los jóvenes”.

El bullying ocurre en una etapa de formación de la personalidad

De acuerdo con los datos que maneja la ONG, en el 2013 se registraron 822 casos, al año si­guiente la cifra subió a 1.192; en 2015 se incrementó a 1.631 y en los primeros once meses del año pasado el número trepó a 2170 denuncias.

Si se toma en cuenta la distri­bución geográfica de los casos de bullying se observa que más de la mitad se produjeron en la Capital Federal y luego siguen el conurbano bonaerense, Cór­doba, Mendoza, Misiones, For­mosa, Corrientes y San Luis.

Si bien el acoso escolar no es nuevo, las redes sociales e Inter­net en general hacen que los ac­tos de violencia, que antes que­daban encerrados en las paredes del colegio o en el ámbito fami­liar, hoy superen las geografías y puedan dispararse hacia todo el planeta. Y no es fácil soportar en esa etapa de la vida, la preado­lescencia, esa clase de acoso sin que ello acarree secuelas.

Los casos pueden conducir al abuso de sustancias y hasta el suicidio

Hace un par de años en la pro­vincia de Mendoza un chico de 8 años presentaba un cuadro de pánico. Le pudo confesar a su abuela que sus compañeritos de clase lo “llevaban al baño, le ba­jaban los pantalones, tomaban tierra del suelo y se la hacían comer”. También le pegaban y burlaban en forma constante. El problema se “superó” cuando sus padres pudieron cambiarlo de escuela y según dijeron “le volvió la paz”. Pero lo trágico del hecho es que las autoridades del colegio y del ministerio no pudieron hacer nada, al punto que sus padres se vieron obli­gados al cambio de escuela. La víctima tuvo que dejar el cole­gio, al victimario ni a sus padres nada les ocurrió.


El problema de las redes sociales

Como decíamos el acoso sis­temático en las redes ha multi­plicados los casos. Facebook, Twitter, Instagram y Snapchat han provocado un descalabro inesperado. Incluso hechos ab­surdos, como el caso de un niño de 11 años que se suicidó por­que creyó que su novia también se había matado. Todo fue pro­ducto de una broma macabra.

El 14 de marzo pasado, Ty­sen Benz recibió mensajes de texto cuando estaba en su ha­bitación. Utilizando la cuenta de un amigo de Tysen, una niña envió esos mensajes que daban cuenta de la muerte de su noviecita, dos años mayor. Tysen cayó en tal estado de angustia que decidió colgarse de la parte interior de su pla­card para ahorcarse. A pesar de los esfuerzos de sus pa­dres que con vida lo llevaron al hospital, dos semanas más tarde murió. La broma, termi­nó en tragedia. Según Miglino: “Ya no hay descanso para los chicos que son acosados, que reciben frases como: matáte de una vez que no servís para nada o lo mejor que podés ha­cer es matarte”.

Hace cinco años en Toronto se produjo un caso terrible que alertó al mundo sobre las gra­ves consecuencias del acoso. Amanda Michelle Todd, una adolescente de quince años fue asediada durante tres años por un desconocido con el que entabló contacto por Internet. Antes de suicidarse relató en un video cómo su vida se ha­bía convertido en una tragedia insoportable.

El uso de redes sociales ha multiplicado esta forma de violencia

El 7 de septiembre de 2012 la jovencita publicó un pri­mer video en YouTube donde –a través de tarjetas escritas al modo Bob Dylan– refería cómo su vida se había trans­formado en forma dramáti­ca. En el video de tan sólo 9 minutos Amanda Todd expli­có “Mi historia: lucha, acoso, suicidio, autodaños”. Refirió que cuando tenía 12 años un desconocido con el que se re­lacionó por Internet a través de un videochat, la convenció a que le mostrara los senos. Un año después, el desconocido la contactó a través de Facebook y le demandó que se desnuda­ra frente a la cámara a cambio de no distribuir imágenes de su primer encuentro. A los po­cos días, la policía se presentó en su casa porque las imágenes habían sido difundidas a pro­fesores, compañeros, amigos y familiares.

A partir de ese día, su vida se vino abajo. Cayó en un círculo vicioso de drogas y alcohol que agravaron el cuadro: “perdí a todos mis amigos y el respeto que la gente me tenía; me in­sultaban y me juzgaban, nunca podré recuperar esas imáge­nes, están ahí para siempre”.

Las secuelas del acoso escolar o virtual pueden durar de por vida

El drama de Amanda conti­nuó al año siguiente a pesar de su cambio de colegio. En una oportunidad medio centenar de jóvenes la esperaron frente a su nueva escuela y la novia de un amigo la golpeó mien­tras otros grababan en sus te­léfonos la agresión. “Quería morirme. Bebí de tal modo que me tuvieron que llevar en ambulancia al hospital para purgarme”, comentaba en una de sus tarjetas. Al mismo tiem­po recibía por Facebook todo tipo de mensajes: “merecés lo que te pasa y debés morir”. A pesar de que se mudó nueva­mente el acoso siguió y siguió.

“Estoy continuamente llo­rando. Todos los días pienso por qué estoy todavía aquí. Mi ansiedad es horrible. No he salido en todo el verano. Todo por mi pasado. La vida no me­jora. No puedo ir al colegio, ni reunirme con gente. Estoy muy mal”, relataba. El video finaliza con dos tarjetas en las que se puede leer: “No tengo a nadie. Necesito a alguien. Mi nombre es Amanda Todd”.

Amanda se ahorcó en su do­micilio de British Columbia, Canadá, el 10 de octubre de 2012. Su cuerpo fue hallado por un vecino. Su último video lo había subido tan sólo cuatro horas antes. Tres días después el video de Amanda recibió 1.600.000 de visitas. Fue tal la conmoción que al mes siguien­te en Parlamento de Canadá comenzó a tratar la ley antia­coso escolar y cibernético y que se expidiera oficialmente la Asociación de Pediatría de los Estados Unidos. Asimismo, la primer ministro de la Colum­bia Británica, Christy Clark, exigió que los colegios e insti­tuciones académicas adoptaran urgentes medidas para impedir nuevos casos. A pesar de ser un país desarrollado, en Canadá uno de cada 7 chicos ha sufri­do hostigamiento.


Las chicas sufren más

Las chicas reciben mayor can­tidad de acosos que los varones. Los casos de bullying pueden obedecer a que son más bonitas o femeninas que sus compañeri­tas o, incluso, cuando tienen un rendimiento escolar superior al promedio.

Las formas de violencia tie­nen múltiples facetas: insultos, marginación, maltrato, dis­criminación y agresiones se­xuales. Hace un par de años, a través de la red Twitter, se conoció una cuenta que reci­bía en forma anónima fotos y videos de desnudos con los nombres reales de las perso­nas. El sitio había conseguido casi 2.000 seguidores en pocos días. Todo ello dio lugar a de­nuncias, pero poco hacen Fa­cebook, Instagram, Snapchat y la legislación vigente para fre­nar el ciberacoso.

La ley antibullying no ha dado resultados hasta el presente

Parece que la sociedad to­davía no ha advertido el daño que produce el bullying. Pero las heridas, aunque no sean visibles, pueden ser muy pro­fundas. Es que afectan a los chicos en una etapa clave de su vida, en la cual forjan su identidad y necesitan adoptar patrones de conducta. Cuando son humillados, discriminados, desvalorizados, la sociedad se convierte en un ámbito peli­groso que no lo admite, peor aún, que lo rechaza. El paso del tiempo no necesariamente cura esas heridas, y las con­ductas antisociales y a veces criminales que nos rodean en la actualidad pueden originar­se en buena medida en aque­llos resentimientos.

En un interesante artículo publicado tiempo atrás en el sitio Infobae, la psicóloga Lu­crecia Morgan, que dirige el Equipo Antibullying Argenti­na, reconoce que “la mayoría de las situaciones violentas ocurren dentro del aula y en presencia del docente. Al ser modalidades más solapadas, pasan inadvertidas por los adultos, especialmente cuan­do se utilizan redes sociales”. Y agrega: “Las redes sociales son tierra de nadie. Los padres tienen dificultades para con­trolar las actividades en línea de sus hijos (…) es necesario que familia y escuela trabajen en equipo para educar a los chicos en el uso responsable de las redes”.

Se refiere a que faltan políti­cas y normativas de interven­ción y prevención y el Estado no ofrece respuestas claras y concretas. Los docentes no sólo tienen que ocuparse de los con­tenidos sino también asumir sus problemas afectivos. Los chicos van al colegio con déficit socio emocional y es un verda­dero desafío para los maestros. Los motivos son de todo tipo, pero en el fondo hay una falta de aceptación a las diferencias, sean étnicas, religiosas, de clase, físicas o de personalidad.

Más de la mitad de los casos se produjeron en la Capital Federal

Morgan sostiene que el bu­llying “no es un tema de una víc­tima y un agresor sino que tiene una dinámica de grupo. Enton­ces la clave es trabajar con todo el grupo, no sólo con quienes están directamente afectados o involucrados. Porque el resto juega un rol muy importante a la hora de apoyar o no ese acto de violencia: si no hay espectador, no hay espectáculo”.


La situación en Argentina

Durante el 2015 se denunciaron 1.631 casos gra­ves de bullying en el país. Pero entre enero y noviembre del 2016 la cifra había crecido hasta 2170. “Desde el año 2013 junto al equipo interdisci­plinario de Bullying Sin Fronteras, conformado por médicos, psiquiatras, psicólogos, psicopedagogos, educadores, abogados, periodistas y padres de chicos que han padecido bullying, hacemos el In­forme Nacional de Bullying en nuestro país y per­manentemente las cifras crecen”, refiere Miglino.

Los acosos pueden obedecer a temas de belleza o rendimiento escolar

“Es preocupante porque a la vez que tenemos más casos denunciados, también pudimos esta­blecer que hay más violencia en los chicos. Ya no solo se padece bullying por el mayor rendimiento escolar o atributos físicos sino directamente la be­lleza en particular de las chicas las ha hecho foco de golpes, amenazas y burlas. Los viajes a Barilo­che que antes eran momentos de esparcimiento y alegría con vistas a la finalización de los estudios, cada vez se parecen más a las “novatadas univer­sitarias” que se practican desde hace años con re­sultados violentos en universidades de los Estados Unidos de América de parte de estudiantes avan­zados sobre los recién llegados”, agregó.

Si se toman en cuenta los motivos del hostiga­miento, en el caso de las chicas la mitad es por su belleza y comportamiento “sofisticado”. En la escala de acoso, el siguiente motivo es por un ren­dimiento escolar superior. Siguen defectos físicos y rendimientos escolares o deportivos inferiores a la mayoría. Los chicos son perseguidos por ser “chetos”, también por su rendimiento escolar ma­yor que el promedio, los defectos físicos y los ren­dimientos escolares o deportivos inferiores.


Fuentes: Emmanuel Gentile INFOBAE 29/11/16 / ambito.com 04/12/16 / Informe del Observatorio para la República Argentina de Bullying sin fronteras 2016. Diario Popular.

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