El estrés, la hiperconectividad, las nuevas ofertas audiovisuales no sólo provocaron cambios sociales y culturales: de paso, nos quitaron horas de sueño. Los que padecen más este aluvión, son las personas que tienen un cronotipo de “lechuzas”, que su mejor etapa de vigilia se da en forma progresiva después del mediodía y lamentan que los horarios escolares, oficiales, académicos arranquen desde muy temprano, cuando menos adaptados se encuentran.
Los trastornos del sueño son considerados una epidemia global que amenaza la salud y la calidad de vida a más del 45% de la población mundial. En el caso
argentino, el 25 por ciento de los argentinos padece problemas severos de sueño y el 50 por ciento padece algún problema para dormir.
Bernardo Neustadt, el conocido periodista político, se ufanaba de dormir sólo cuatro horas y que con ello su energía vital se renovaba. Evo Morales, el primer presidente indígena de América, se despierta todos los días a las cinco de la mañana, duerme poco más de cuatro horas y hay días donde directamente no cierra los ojos.
Para desgracia de sus guardaespaldas, mientras el primer mandatario de Bolivia se muestra siempre fresco, ellos no pueden ocultar sus bostezos y permanentes ojeras.
Nosotros hemos sido educados en la necesidad de dormir al menos ocho horas. Pero la historia –además de Neustadt y Morales- está llena de excepciones. Leonardo Da Vinci tenía un curioso ciclo de sueño: tomaba una siesta de 20 minutos cada cuatro horas. Nikola Tesla sólo descansaba dos horas por día. El multimillonario presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, reposa entre tres y cuatro horas en la noche y está convencido de que ello constituye una gran ventaja frente a sus adversarios. El ex presidente Barack Obama se acuesta generalmente a la una de la madrugada y se despierta seis horas después.
Se asegura que Wolfang Amadeus Mozart sólo dormía cinco horas. Voltaire y Honoré de Balzac dormían alrededor de cuatro horas y bebían ingentes cantidades de café. Margaret Thatcher había acostumbrado a todo su personal
a estar siempre alerta, ya que sólo descansaba cuatro horas. Otro del club de las cuatro horas fue uno de los “padres fundadores” de Estados Unidos: Benjamin Franklin.
Aseguraba que había que acostarse y pronto levantarse, ya que quien lo hace será un “hombre saludable, rico y sabio”. Claro que todos estos personajes rompen la regla y no parece prudente imitar sus rutinas, por lo menos así opinan los expertos.
Recomendación de la OMS
Es evidente que la cantidad de horas de sueño para estar descansados varía de una persona a otra.
Mientras que algunas sólo necesitan dormir entre 5 y 6 horas, otras precisan 10 o más. Sin embargo, según la Organización Mundial de la Salud –OMS- se aconseja para un adulto sano dormir un promedio de entre 7 y 8 horas diarias.
La National Sleep Foundation de Estados Unidos difundió un informe, basándose en las últimas investigaciones, en el que detalla cuántas horas hay que dormir según la edad. Para un adulto de entre 26 y 64 años, el número de
horas de sueño ideal estaría entre 7 y 9 horas, aunque existe un intervalo aceptable de entre 6 y 10 horas. Entre los 6 y los 13 años, se recomienda descansar entre 9 y 11 horas, mientras que para un adolescente, la franja se ubica entre las 8 y 10 horas.
“Manu” Ginóbili aconseja descansar al menos ocho horas diarias si realmente queremos estar bien. En ese sentido, el famoso basquetbolista tiene como gurú al
Director del Centro de Ciencias del Descanso de la Universidad de Berkeley, California, el doctor Matthew Walker. Para Walker, que al parecer no conoció a Neustadt, y tampoco tiene buena información sobre Evo Morales, y poco sabe
de Leonardo, Tesla o Voltaire:
el número de personas que pueden sobrevivir durmiendo sólo cinco horas al día o menos, sin ningún impedimento, expresado como porcentaje de toda la población en un número entero, es igual a … cero.
Walker es un científico británico y profesor de neurociencia y psicología en la Universidad de Berkeley, California. Su investigación se centra en el impacto del sueño en la salud y la enfermedad humanas. Su currículum refiere que fue profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de Harvard, miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y autor de más de un centenar de estudios sobre sueño y salud. Además, es el fundador y director del Centro para la Ciencia del Sueño Humano. Su último trabajo “Why we sleep” fue un suceso de ventas, y generó todo tipo de debate y polémicas en los medios de comunicación. Según este experto, la calidad del sueño es clave para estar en forma. Asegura que la mayoría de las enfermedades desarrolladas en los últimos tiempos se deben en gran medida con la falta o degradación del sueño. Básicamente, menciona patologías como el Alzheimer, cáncer, obesidad y diabetes.
Afirma que hay un problema conceptual, que se ha instalado en la sociedad. La idea de que dormir ocho horas o más es un signo inequívoco de pereza y falta de espíritu. Por lo tanto resulta necesario conocer en profundidad los efectos negativos de la falta de sueño y su incidencia directa con las enfermedades.
Los seres humanos constituyen la única especie animal que en forma deliberada se priva de dormir. Es un tema al que no se le presta mucha atención porque ni los gobiernos, ni las instituciones educativas, ni las grandes y medianas empresas se han detenido a estudiar el tema en forma relevante.
Yo sueño que estoy aquí de estas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Lechuzas o alondras
Que elijas levantarte con el sol y gozar de la luz día o prefieras las
sombras de la noche y las luces artificiales, quizá no corresponda a un capricho de la voluntad humana, sino que la verdadera razón se encuentra en nuestros genes. Un calificado grupo de científicos sostiene que no importa que tan alejado e independiente te encuentres de tus padres, la herencia genética sigue dictando la hora en que hay que ir a la cama. Hay quienes su reloj biológico los hace despertarse con buen humor y entusiasmo para enfrentar el día laboral. Otros, acuden a un reloj con alarma, si no corren el riesgo de seguir de largo con sus sueños. Y estamos los que preferimos las altas horas de la noche para analizar tareas, escribir, investigar o dejar florecer los pensamientos. Hay quienes no soportan acostarse sin una radio encendida o luces tenues, mientras que también son muchos que necesitan del silencio y de una absoluta oscuridad.
A grandes rasgos, los humanos se podrían dividir en dos grupos: “alondras” y “lechuzas”. Según el neurogenetista Louis Ptacek, de la Universidad de California, esto está establecido por nuestrosgenes.
“Nos guste o no, nuestros padres nos están diciendo cuándo
debemos ir a la cama, en función de los genes que nos
dan”, señala.
Los científicos han descubierto la importancia de entender el cronotipo de una persona, la hora del día en que funcionan mejor. Distinguir qué tan alondra o lechuza somos nos permitiría tener una vida más sana, más plena.
Todos tenemos un reloj circadiano interno, el reloj maestro hecho de miles de células nerviosas en el núcleo supraquiasmático; una estructura en forma de ala
localizada en el hipotálamo, en la base del cerebro. El hipotálamo
controla todo tipo de funciones corporales, desde liberar hormonas hasta regular la temperatura y la ingesta de agua.
Este reloj interno se reinicia a diario con la luz. Dado que el día de la Tierra dura 24 horas, se podría esperar que el reloj de todo el mundo sea igual. Pero no es así. Y esa es la razón por la cual algunos somos lechuzas y otros alondras. “Si tienes un reloj rápido, quieres hacer las cosas temprano, y si tienes uno más lento, entonces prefieres hacer las cosas tarde”, precisa Derk-Jan Dijk, jefe del Centro de Investigación del Sueño de la Universidad de Surrey, en Reino Unido.
Un animal de adaptación
El hombre es un animal de adaptación. Así como los primeros humanos hacían un uso intenso del olfato. Estaban de condiciones de oler a distancia la diferencia entre varias clases de animales, otros humanos y emociones. El miedo, por caso, huele distinto que el valor. Segrega sustancias químicas distintas y es posible que antes de una lucha entre tribus, supiéramos el estado anímico solamente olfateando.
Cuando el homo sapiens empezó a vivir en grupos más extensos, la nariz perdió su valor y otras áreas del cerebro comenzaron a trabajar en otras habilidades como la lectura y el razonamiento abstracto.
Lo cierto es que en nuevo ámbito que comenzó a crecer en forma exponencial con Internet, también nuestra capacidad de soñar fue perdiendo terreno. En
el pasado, algunas culturas creían que las personas lo que ven y hacen en sus sueños es tan importante como lo que ven y hacen en estado de vigilia. Así algunos desarrollaban su capacidad de soñar, de recordar sus sueños e incluso controlar sus actos en el mundo onírico; es un estado descripto como “sueño lúcido”.
Para Yuval Harari, profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalem, los que eran “expertos” en sueños lúcidos podían desplazarse a voluntad en sus sueños e incluso podían “viajar” a estados de conciencia superiores o planos de experiencia de otras dimensiones. En cierto modo algunos estados de meditación
trascendental permiten “irse” a un plano de existencia diferente, y decimos de planos de existencia y no de conciencia que merecería otro debate.
El mundo actual, hiperactivo, hiperinformado e hipertecnólogico descarta los sueños como mensajes del subconsciente en el mejor de los casos, y como basura mental en el peor, comenta Harari. Esto ha generado que los sueños desempeñen un rol secundario. Son pocos los que como Walker proponen cambiar este
paradigma. Son cada vez más quienes no quieren soñar, son incapaces de recordar lo soñado y piensan que dormir es sólo una pérdida de tiempo si la “energía” puede mantenerse.
En Argentina, quien viene siguiendo de cerca estos temas es el investigador del Conicet y doctor en Ciencias Biológicas de la UBA, Diego Golombek. Coincide en que es evidente una merma en las horas de sueño de los humanos en los últimos tiempos y que la avalancha de inconvenientes que ello genera afecta nuestra vida cotidiana.
Explica que durante el sueño se limpian y reparan las ‘células tóxicas’ que el organismo produce durante el día cuando necesita energía. Cada noche, al no recibir el merecido descanso, las células se convierten en “células workaholic” que finalmente, colapsan. Si se duerme poco nuestro cuerpo no logrará repararse lo suficiente para funcionar bien y de manera saludable.Para Golombek “no dormir es una enfermedad. Es importante entender que dormir es una necesidad imperiosa para nuestro organismo y se trata de un proceso activo porque durante el sueño se producen una serie de procesos vitales como reparación del metabolismo y consolidación de la memoria. Si dormís menos, te enfermás”.
Coincide en la función clave del sueño para poder sentirnos alertas, activos y saludables, mental y físicamente. ¿Cuánto hay que dormir? “Definir cuánto se debe dormir depende de muchos factores que cada persona establecerá según las necesidades de su organismo. En el caso de los chicos y adolescentes lo ideal es entre 9 y 10 horas. Para nuestros estudios de laboratorio una persona para
que tenga un buen sueño, tiene que dormir por día 8 horas 20 minutos”, concluye.
En fin, todavía hay mucho por decir y por descubrir sobre el tema. Sabemos que el sueño no es una mera actividad somática: es un complejo fenómeno físico/
psíquico. Que los investigadores tratan de desentrañar, que los que nos pasa mientras dormimos se buscará comprender cómo lo que nos ocurre en estado de vigilia. Que conocer ese laberinto al cual ingresamos cuando cerramos los ojos, nos deparará una mejor salud, una mejor vida.