Salud

Historias de vida que vencen el cáncer

La aparición de esta enfermedad en los jóvenes suele ser un tema tabú. Por eso Generación Vida es un grupo de apoyo integrado por pacientes que se recuperaron y dan esperanza a otros que comienzan el proceso de curación.

Autor: RSalud 4 febrero, 2016

Gracias a la serie cata­lana “Pulseras rojas”, que se emitió en nues­tro país con grandes índices de audiencia, podemos conocer el día a día de un grupo de niños y adolescentes con cáncer y otras enfermedades, que coinciden en una sala de hospital. Además, la pelícu­la “Bajo la misma estrella”, que está ba­sada en un best seller de John Green, habla sobre dos adolescentes con cáncer que se conocen en un grupo de apoyo, y empren­den un viaje para cumplir un deseo “antes de que sea tarde”.

Pero más allá de las ficciones, lo cierto es que en estos grupos de apoyo para jóvenes existen, y en Buenos Aires funciona “Ge­neración Vida”. Sus integrantes tuvieron cáncer y terminaron el tratamiento oncológico. Se co­nocieron en el hospital, y se reúnen periódicamente en la Fundación Flexer (www.fundacionflexer.org), para compartir logros y dificultades, y planificar actividades juntos, como un taller de fotografía, muestras navideñas, y la manera de ayudar a otros adolescentes que están pasando por la misma situación.

La Fundación Natalí Dafne Flexer, de ayuda a niños con cáncer, fue creada en 1995 por Edith Grynszpancholc en me­moria de su hija. Con el apoyo de un grupo de amigos total­mente comprometidos por el afecto y la solidaridad, la Fun­dación comenzó a desarro­llar actividades de contención emocional para niños enfer­mos de cáncer y sus familias. No ofrece soluciones médicas directas, pero su intervención repercute en la calidad del tratamiento, en el bienestar general de la familia y en la capacidad de los adultos para acompañar a sus hijos.

Dejar un testimonio

Aunque no hay estadísticas, se sabe cada vez hay más jóvenes que tuvieron cáncer. Esa pobla­ción pasa desapercibida, porque a quienes lo padecieron les cues­ta bastante compartirlo. “Desde la Fundación convocamos a quienes quieren hablarlo, por­que a medida que se agrupan descubren que tienen cosas en común y necesidades. Incluso pueden generar un espacio para otros, ya que se sintieron apo­yados durante su enfermedad y ahora quieren apoyar a otros chicos”, explica Edith.

Generación Vida funciona desde 2007. Una de sus accio­nes fue visitar un colegio donde una integrante del grupo, que tuvo secuelas debido a un tu­mor cerebral, fue discriminada por sus compañeros. Trataron de transmitir la experiencia de vida de su compañera, en una acción que provocó un gran impacto en toda la secundaria.

La Fundación Natalí Dafne Flexer, de ayuda a niños con cáncer, fue creada en 1995 por Edith Grynszpancholc en me­moria de su hija

La licenciada Teresa Mén­dez, responsable del Área Psicosocial de la Fundación, señala que “como cualquier persona, cuando un adolescen­te enfrenta a un diagnóstico de cáncer debe atravesar el shock de la noticia y también sobre­llevar el tratamiento. A esto se suman los temas típicos de la edad, como el aspecto físico y el miedo por el futuro”.

Es difícil, sobre todo para los adolescentes, volver a su en­torno social con poco pelo, por ejemplo. Hoy, estos jóvenes so­brevivientes continúan ganan­do los desafíos que les presen­ta la vida. Lo más complicado quedó atrás, pero a todos les dejó huella. Aquí presentamos los testimonios de cuatro de sus integrantes.

Denise

“A los 14 años yo estaba ple­na de vida, saliendo al mundo y descubriendo la adolescencia. Pero luego de una seguidilla de estudios y una operación, me llegó la noticia más desconcer­tante: tenía cáncer. ¡Pero… esa era una enfermedad de adul­tos! Me sentí dentro de mi peor pesadilla, y empecé a preguntar­me: ¿Por qué yo? ¿Por qué hoy? ¿Por qué esto?

Después, mi mayor preocu­pación fue hacerle saber a mis amigos y familiares que todo es­taría bien, que pronto todo sería una anécdota. Quizá fue desde allí que saqué fuerzas. Durante la mayor parte del tratamiento sentí que no “iba a la quimio”, sino a curarme.

Pero a pesar del ánimo positi­vo hubo largos días e intermina­bles noches de lágrimas.

En Buenos Aires funciona el grupo de apoyo Ge­neración Vida, sus integrantes tuvieron cáncer y terminaron el tratamiento oncológico

La constante caída del pelo y la sensación que me dejaban los químicos opacaban mis inten­ciones de salir al mundo y ser una chica normal de 14 años.

Luego de 8 largos bloques de quimio, trasfusiones de sangre y otra operación, el tratamiento y el maligno cáncer llegaron a su fin. Lo había vencido, le había ganado. Solo restaban estudios de control y que el pelo creciera, para poder por fin retomar mi nueva vida.

Egresé del secundario, entré en la facultad, seguí estudian­do teatro como siempre, seguí bailando y disfrutando de las cosas que más feliz me hacían. Y hoy, 10 años después, ten­go la impresión de que fueron más los días en los que luché, que los que lloré. Cuando miro hacia atrás, en mi mente me veo sostenida por mi doc­tora, mis padres, mi hermano, mis amigos y mis profesores, llenándome de fuerzas. Creo que sin ellos nada hubiera sido posible”.

Agustín

“Yo vivía en Carmen de Pa­tagones, y tenía 15 años cuando me detectaron un osteosarcoma en el fémur derecho, casi en la rodilla. Empezó con un dolor muy raro, que se me iba cuando caminaba, así que un día estaba mirando tele, me empezó a do­ler la pierna y me puse a cami­nar alrededor de la mesa.

Mi mamá me llevó al médico, me hizo unas placas y no detec­tó nada fuera de lo común. Su diagnóstico fue: un mal movi­miento. Pero mi mamá no se convenció, y como en mi ciudad no había tomógrafo, fuimos a Bahía Blanca a practicarme una resonancia. Con los resultados fui derivado al Hospital Italiano de Buenos Aires.

Me derivaban por un “tumor” y yo estaba contento porque po­día faltar a la escuela durante 1 año. Claro, no sabía que tumor y cáncer eran la misma palabra…

En Buenos Aires me hice una biopsia: el tumor era maligno. Mi tratamiento fue un año dequimioterapia. Me internaban en el hospital un lunes y, si todo andaba bien, me iba a casa el viernes por la tarde… Descan­saba dos días y al lunes siguien­te volvía a internarme. Seguía así por 3 semanas y luego me daban 2 de descanso, en las que me iba al sur con mi familia y amigos, que estuvieron a mi lado incondicionalmente.

A los 6 meses de quimio me extirparon el 98,9% del tumor, que abarcaba aproximadamen­te 10 cm. del fémur, y lo reem­plazaron por otros 10 cm. de hueso proveniente del INCU­CAI, uniéndolo con planchas de metal y tornillos. Después de la operación hice 6 meses más de quimioterapia, para reforzar el tratamiento.

Ya pasaron muchos años, y estoy tranquilo. Estudio fotogra­fía, que es lo que me gusta. Me doy cuenta de todo lo que pasé como una etapa más de la vida, que marcó un antes y un des­pués. Y aprendí a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, y a vivir cada instante como si fuera el último”.

María Laura

“Cuando tenía 16 años me diagnosticaron Linfoma No Hodking. Mis actividades esco­lares y mi vida social se para­lizaron ante ese panorama que el destino me imponía. En ese momento entendí, y hoy des­pués de 10 años lo confirmo, que Dios tenía un propósito para mi vida a raíz de la enfer­medad. No es fácil enfrentar una situación así pero tampoco es imposible, si confiamos en Dios y optamos por una actitud positiva y de fé. Mi tratamiento fue muy agresivo y varias veces me encontré peleando entre la vida y la muerte. Recuerdo mis entradas al quirófano de urgencia despidiéndome de mi familia con un: ¡Hasta luego!… Cuando despertaba, estaba nuevamente en mi habitación, rodeada de mis padres que me apoyaban.

Pasé 7 meses de interna­ción, 7 visitas a quirófano, 6 bloques de quimioterapia. Un largo camino de regreso a casa.Pero conocí gente maravillosa, médicos intachables. Sentí el amor, el apoyo y las oraciones de muchas personas, incluso de quienes no conocía y me hicieron llegar su cariño por medio de cartas y mensajes.

La experiencia de este viaje marcó en mi vida un antes y un después. Y cuando regre­sé di gracias a Dios, porque si bien hubo varias estaciones oscuras y tenebrosas, al final pude ver un arco iris que me acompaña cada día que me le­vanto y respiro.

Hoy tengo 25 años, una vida saludable, proyectos y sueños, y sonrisas para regalar. Y sobre todo, tengo una fuerza de vo­luntad especial para acompañar a todas las personas y en espe­cial a los niños que emprenden este viaje, y alentarlos para que lleguen con éxito a la meta”.

Emanuel

“A los 14 años cursaba 2° año del secundario. No me gustaba estudiar, y le pedí a Dios unas vacaciones de dos semanas porque me estaba estresando con tantas mate­rias. Un día mi alergista llamó a casa, y dijo que un análisis de sangre rutinario salió mal. Lo repetimos y volvió a dar mal. Me hicieron una punción lumbar y también salió mal. El significado de era: tenés algo que no debe ser bueno.

Finalmente una doctora lla­mó a mi mama y le habló a solas. Mi mamá escuchó y llo­ró por un momento. Luego la doctora me dijo: “vas a faltar a la escuela por unos meses”. Por dentro yo me decía: ¡es ge­nial! Estas son las vacaciones que le pedí a Dios!.

Pero… ¿qué tengo? Leucemia.Luego vino un enfermero y me llevó en una silla de ruedas. Me internaron en una habitación individual, con televisión por cable, cuatro comidas diarias y doctoras muy lindas. ¡Era un príncipe! ¿Que más quería? Yo pensaba que era como una gripe, y no sospeché ni antes, ni en el tratamiento, que podía haber muerto.

Los jóvenes enfrentan los mismos miedos que los ma­yores

Pero la primer quimio me dolió en el alma. Las puncio­nes empezaron a doler, me cambió el olfato, vomitaba, y tuvieron que ponerme un ca­téter. Como no tenía defensas, cada vez que salía – no muy se­guido- , llevaba puesto un bar­bijo. La pasé realmente mal y, claro, me perdí todos los cum­pleaños de 15 de mi curso.

Pero después del periodo de la enfermedad, logré pasar a otra etapa de mi vida.

Hoy estudio diseño gráfico, toco la guitarra, y tuve una ex­periencia que no se aprende con palabras. Me quedó una cicatriz por el catéter, pero cuando la veo me acuerdo de lo que viví, y por unos segun­dos reflexiono sobre el valor que tiene mi vida”.

Conclusiones

La licenciada Méndez seña­la: “Los jóvenes enfrentan los mismos miedos que los ma­yores: verán que tienen riesgo de morir, que hay sufrimiento y vivirán todo el tema de lo corporal de manera muy fuer­te. Recién empiezan con la in­dependencia y un proyecto de vida, y de repente se les corta. Nuevamente terminan apega­dos a los padres, postergando a sus amigos que cumplen un rol fundamental en esta etapa. Por eso es importante que manten­gan el contacto con sus pares, y que puedan hablar con quienes hayan atravesado las mismas dificultades, para que vean que el tratamiento es difícil pero que es posible curarse”. RS

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